martes, 4 de junio de 2013

Cuando la luz hiere

Por Yaroslav Ramírez

Sus esquirlas entran con una suavidad imperceptible y van rasgando a su paso ínfimas piezas de nuestro interior. Es una luz que vibra como una verdad cruda.
Cuando la luz hiere me trae aquellas imágenes que siempre guardo en las gavetas perdidas de mi olvido. Y es allí cuando la luz acomete con su dura venganza implacable.
Alguna vez tuve amigos, quizá cuando niño, cuando la maldad infantil es un grotesco acontecer diario. Y luego esos niños se perdieron, como la luz de una tarde de verano.
Al salir de la infancia, mis ojos de pronto empezaron a ver las sombras proyectadas por los objetos bañados de luz, y supe que siempre habría heridas luminosas.
Después fue la sangre, aquellas historias donde siempre vencí; donde con gran ímpetu acorralé a mis adversarios hasta que se declaraban vencidos.
Por supuesto que un par de ellos me doblegaron, pero siempre en pandillas, como cobardes. Nunca tuve miedo porque estaba herido de luz.
Yo vi correr la sangre en la arena de un camino, al salir de clases, hubo piedras, navajas de zapatero, palos e improperios. Y para mí todo fue un divertimento iluminado.
Era nada más que teníamos que defendernos de esos montones de luz azul que viajaban en la oscuridad tremenda de la edad. Casi todos sucumbieron a la familia, enlodados de luz.
Después vino aquel circo donde cada día podíamos ser puestos en la calle, a capricho de unos insolentes, asalariados todos. La lección era que a la luz de los ojos, de ciertos ojos, debías mostrarte de un modo, de aquel modo…
La cabalgata de una chispa dentro de un oscuro instante me sugiere una guerra constante pero invisible. Ya sabemos que nuestros ojos son unos tremendos ciegos.
Lo que parece luz es la oscuridad violenta de unas mentes que se quedaron dos siglos atrás. Están atorados y pretenden brillar. Está claro que no lo logran porque obcecados no darán ni una mirada hacia una luz que les persigue incesante.
Hoy no estás aquí ojos de luz hermosa. Todos nuestros caminos parecen, de pronto, querer cruzarse. Dulce antorcha de luz azul, ya tendremos nuevamente nuestras noches llenas de lámparas. No habrá en la tierra un solo instante lejos de esas pupilas tuyas porque están guiadas por lo que simplemente brilla.
Ya estamos sin quererlo indagando nuestras miradas. Lo hacemos en la soledad íntima de una pequeña tristeza y siempre pensamos que una a una, las flores más tenues irán naciendo y dejarán esparcir un aroma el día hermoso que nos toquemos las manos, que nos besemos los pies y que desandemos. Hoy me hiere la luz y tú Beatrice, eres inmanente.

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